“Mi niño no tiene cara”, dijo el señor que salió del coche qué había explotado. Yo iba detrás de él por la carretera de la ría. Vi la explosión y detuve mi furgoneta. Bajé y me metí dentro de la nube blanca que envolvía el ambiente. Y lo vi salir del coche con un niño en brazos. Y me dijo eso. Y era así. Tenía en brazos un muñeco roto. Sin cara. Pero no era un muñeco. Era un niño destrozado por una bomba. Y él no me entendió cuando le dije no sé qué, asfixiado. Porque luego me enteré que se le habían jodido los tímpanos por la explosión y no me oía. Y los otros coches pitaban para que quitara la furgo del camino. Y quité la furgo del camino. Y llegué a Bilbao. Y lloré impotente.
Gustavo Acosta, Bilbao 8 de septiembre 2015